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Psicología, Bienestar, crecimiento y desarrollo personal

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La exigencia y la perfección matan el placer

 
 
 
 



Del libro de Mireia Darder, “Nacidas para el pacer”

Las mujeres “modernas” parecen convencidas de que la realización personal pasa por encontrar la pareja perfecta, por ejercer una profesión, por tener una vida más allá del cuidado de los hijos, con un cuerpo de medidas similares a las de las modelos que desfilan ante nuestros ojos día tras día…Antes nos conformábamos con ser una única cosa: buena madre, buena profesional, buena deportista, buena amante…

En la actualidad tenemos que ser las mejores en todos los ámbitos. Para llegar a todos estos objetivos sólo hay una posibilidad: desconectarse del cuerpo y, por tanto, del instinto, planificar y convertirse en un soldado disciplinado.

El número de actividades que realizamos se multiplica y hay que estar ahí. Dejamos de estar presentes para poder llegar a todo y nos dejamos la vida persiguiendo la perfección y el éxito. No hay tiempo para la contemplación ni para saborear las vivencias, se pasa de una actividad a otra.

Se reducen los espacios para descansar y relajarse. Básicamente, el ser humano- y la mujer en particular- ha perdido el contacto con la naturaleza y sus ciclos, procesos y tiempos. Trata de acumular cosas creyendo que eso le proporcionará la felicidad mientras se aleja del afecto y la tranquilidad, así como de los ciclos naturales, unos ciclos que están en nuestro cuerpo, sobre todo en el de la mujer.

Sin embargo, la posibilidad de conexión con estos ciclos acaba siendo casi remota en el mundo occidental.

¿Y qué lugar ocupa el sexo en todo este ajetreo?

"Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada por la alimentación, que parece indefinidamente joven, pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buena ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos […], nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible que no exista."

Esta definición de la mujer, que tomo de Virginie Despentes, me parece la más adecuada para resumir la problemática, las contradicciones y la gran exigencia que oprimen a la mujer de hoy. Una mujer sumergida en la insatisfacción permanente.

Vivimos en la cultura de la exigencia, aún mayor para la mujer que tiene que dar la talla justa- y es literal también a nivel corporal- en todo momento, en cualquier ámbito, edad y situación.

El ideal anhelado, es un individuo perfecto, pero descafeinado, sin instinto, sin pasión, que se ha acostumbrado a centrar tanto su atención en el exterior y en guardar las apariencias que a menudo vive completamente desconectado de su propio interior.

Así, en mucho casos, el cuerpo acaba siendo un escaparate, una caja vacía al que solo se presta atención cuando duele o cuando no se corresponde a las expectativas. Es un vehículo, un esclavo de la mente.

Vivimos disociados de él como si no fuera parte de nosotros y lo sometemos a nuestras ideas y voluntad sin escuchar la preciosa información que nos aporta sobre nuestro yo más auténtico.

Estas frases de Despentes a propósito de la mujer de hoy explican la gran presión que ésta sufre, escindida e inmersa en una contradicción en la que se le pide una cosa, pero después se le puede recriminar que sea demasiado y que, al lograr sus objetivos, ponga en jaque el poder del hombre. Se le exige que sea eficaz, decidida, independiente, pero también se la puede acusar por ello de ser “menos mujer” o “ menos femenina”.

El ideal que nos han vendido, y que muchas mujeres y hombres han comprado en algún momento de su vida si no siempre, además de ser irreal, dibuja a una mujer sin instinto, sin sensaciones, sin pasión, obsesionada la mayor parte del tiempo por cumplir las expectativas del otro. Es un patrón de mujer que vive en la indefinición y que, con tantos “peros”, se niega una y otra vez a sí misma para ser tenida en cuenta en la sociedad, para poder ser amada por el hombre y no sentirse excluida del sistema.

Mireia Darder (“Nacidas para el pacer”)

 
 
 
 
 
 
 
 

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